Ayer leí una nota sobre la muerte de un
menor de ocho años, el menor murió a causa de una golpiza propinada por el
novio de su madre, triste que las autoridades tenían conocimiento del caso,
triste que en más de una vez la maestra reportó a las autoridades los signos de
violencia que el niño presentaba, triste que los que podían hacer algo no
hicieron nada.
Gabriel Fernández sufría de maltrato por
parte de su mamá y el novio de ésta, un terapeuta advirtió que el niño había
dicho su deseo de suicidarse; Esto debió disparar todas las señales de alarma, Dios,
es un niño de ocho años, hay signos de violencia en su cuerpo y según el
terapeuta, es probable que el niño haya sido abusado sexualmente por un
familiar.
El niño estaba pasando por un infierno, un
niño de ocho años que no puede defenderse, que está descubriendo como es el
mundo, una inocencia que fue aplastada, pisoteada, defraudada, nadie de los que
podían evitar su muerte hizo algo por ayudarlo.
Gabriel vio truncada su vida, jamás sabremos
que hubiera llegado a ser pues se le arrebato esa oportunidad.
La infancia debería ser la etapa más bonita
en las vidas, la inocencia, los juegos, los amigos, el amor de nuestros padres
y familiares son la receta que debería lograr esto.
Gabriel deja esta vida de una manera que
bien podría estar reservada para alguien que vive delinquiendo, para un narcotraficante
o alguien que opera en el bajo mundo, esa clase de personas que cuando mueren
de manera violente uno dice “así vivió, el se lo busco” ¿Qué crimen cometió Gabriel para
merecer esto?
EL cráneo fracturado, tres costillas rotas y
la piel con moretones y quemaduras fueron las heridas que le causaron la
muerte, de está horrible manera la inocencia abandona este mundo.
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Lamentable, una criatura no merece una vida así, el rufián de su padrastro jamas lograra pagar lo que le arrebato a ese pobre nino.
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