18 junio, 2013

Reflexiones de paternidad

A propósito del día del padre y un poco atrasado debido a la falta de luz. 



Paternidad responsable.

Alguna vez escuche a un hombre decir lo siguiente: “Nunca se está preparado para ser padre, cuando llega el momento, uno nada más puede preguntarse si se es capaz o no de asumir el reto”.   

Conozco el caso de varios hombres con singular característica: cada uno de ellos tiene un hijo no reconocido, ni legal ni sentimentalmente.   Las circunstancias, aunque diferentes, coinciden en una situación particular: hijos producto de acostones de una noche o  regulares, pero con la mujer que obviamente nunca han planeado tomar en serio.
Hijos que pasan a ser un secreto a voces, andante y caminante, pero invisibles (sí, terroríficamente invisibles) para quienes dieron la otra semillita de la creación.  Niños que ellos saben que existen, que incluso en alguna ocasión las equivocadas madres se los han llevado “para que los conozcan”, cuya respuesta siempre ha sido: “es tu problema, no me interesa”.  Hijos de hombres que literalmente hacen de cuenta que eso no pasó y que siguen su vida con una envidiable comodidad.  Hijos de la imbecilidad de los hombres para manejar sus impulsos; hijos de la hueva para ir por un condón o del “con condón no se siente igual”; hijos de la inutilidad de los hombres para responsabilizarse de su propia vida sobre la experimentación; hijos de la imbecilidad de las ideas machistas.
Nunca he entendido como un hombre puede huir, no de la responsabilidad de mantenerlo, estamos claros que mantener a un niño no te hace papá; me refiero más bien a la, repito,  envidiable facilidad de no volver a hablar del tema nunca más.

¿Por qué reflexiono sobre esto? Porque, Sin ánimos de juzgar (o sí), me pregunto ¿Cómo le hacen? ¿Sobre qué basan su fría tranquilidad mental?


Proveedores afectivos
 

 Rob Palkovitz dice que los hombres pueden volverse padres en un sentido biológico, pero no hacen los ajustes psicológicos y de comportamiento que se necesitan para asumir el papel de padre.  Durante mucho tiempo la cultura ha preparado de forma precaria a los hombres para el compromiso que se necesita para educar, alimentar y proteger a los hijos; ya que ese papel se le ha encomendado casi hasta el punto de la santificación a la mujer.  De manera que, apenas ahora el papel del padre está dejando de ser la sombra de las madres en la educación de los hijos. No obstante que la modernidad está trayendo padres más involucrados, el amor de un padre a menudo se expresa en los “sacrificios” que realiza por ellos, identificando sacrificios como trabajar a morir para darles lo mejor económicamente hablando, lo que los convierte en proveedores económicos pero ausentes justificados sin la posibilidad de recibir el reconocimiento de ser sensibles a las necesidades de sus hijos y de demostrar afecto.  Se ha demostrado que el factor paterno representa una diferencia enorme e irremplazable en la vida de los hijos, en términos de educación, manutención, salud física y mental, por lo que, es indispensable que los padres también sean proveedores afectivos, es decir, ayudar a sus hijos con sus necesidades físicas, emocionales, sociales y espirituales.  Compartir tiempo, actividades, conversaciones, así como también ser un apoyo constante que percibirán durante toda su vida.  

“Mis hijos tienen mucha madre para necesitar a su padre”
 

No hay motivo, ni la herida, ni la desilusión, ni el enojo, ni siquiera aunque se tenga la razón para hablarle mal de su padre a los hijos, sobre todo cuando este se convierte en ex-pareja.   Es injusto quitarle a los hijos la posibilidad de ver con sus propios ojos la imagen real de su padre.  Las conductas que este tenga, sus reacciones, propiciar acercamiento, su calidez, el tiempo que les dedica y su preocupación por ellos, son actos que hablaran por sí mismos, y los hijos, sin la necesidad de que les digan, se darán cuenta.

Mi padre.
 

Recuerdo el día en que se cayó mi primer diente. Estaba muy nerviosa, como siempre he sido desde pequeña.  Mi papá me sentó en sus piernas y poco a poco lo fue jalando hacia arriba hasta que por fin lo sacó.   De la emoción le dije: Papá, eres mi héroe.

Una de las cosas más difíciles de crecer, fue precisamente aprender a conocer a mi papá como el hombre.  Con el paso de los años iba viendo como mi superhéroe perfecto, invencible y poderoso, en realidad era un vulnerable ser humano, que como yo y como todos, también era imperfecto; a veces estaba equivocado y muchas otras hasta temeroso.  No es un superhéroe pero es un gran hombre.  De él he aprendido muchas cosas, le admiro su paciencia, su tenacidad, y su ecuanimidad.  A pesar de mi edad, me deja apoyarme sobre él cuando me enfado con la vida y quiero hacer mi berrinche; me permite saber que aunque no deba, cuando quiera caer, el va a estar ahí,  ya que en su corazón, yo jamás voy a crecer.   Viendo mi vida como está, la verdad es que hizo de mí buen trabajo, sin embargo, lo mejor que ha hecho por mí es quererme con toda la extensión de su gran corazón, por sobre todas las cosas. 

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